Adolescencia y salidas nocturnas
Como ya hemos aclarado en otras ocasiones, la adolescencia es la etapa de la vida en que necesitamos descubrir nuestra identidad y el lugar que ocupamos en la comunidad en la que nos relacionamos. En este descubrimiento de los aspectos personales tiene una gran influencia el grupo de iguales y las actividades que realizamos en el tiempo libre.
En nuestra sociedad, debido a la gran importancia atribuida a la formación académica antes de integrarse en el mundo laboral, se alcanzan tardíamente las responsabilidades y obligaciones del mundo adulto, lo que facilita que los jóvenes dediquen mucho tiempo al ocio, y estén durante una larga temporada en contacto con factores de riesgo, que, en el peor de los casos, puede conllevar conductas sexuales tempranas, drogodependencia, fracaso escolar y/o conductas antisociales.
Nuestra tarea, por tanto, como padres y educadores, debe estar orientada, fomentar conductas protectoras y desarrollar en ellos factores preservadores de su desarrollo saludable tanto a nivel físico como psicológico.
Entre las situaciones que entrañan mayor riesgo están las salidas con sus amigos tanto nocturnas como diurnas, que a su vez quizás sean las que provoquen un mayor número de conflictos en la vida familiar.
¿Qué podemos hacer las familias?
En primer lugar, señalar que los padres somos modelos para nuestros hijos. La manera en que nosotros ocupamos nuestro tiempo libre también será imitada por ellos. Con frecuencia, me encuentro con familias que se quejan sobre el tiempo que sus hijos pasan frente al televisor. Ante esta queja les pregunto qué hacen ellos cuando el trabajo y las obligaciones del día se han acabado, la respuesta más común es “veo la TV”. Ayudémosles entonces a los adolescentes a distribuir su tiempo, teniendo en cuenta lo que nosotros hacemos.
En la edad adolescente normalmente se pueden presentar problemas de comunicación entre los hijos y los padres, y esto debemos aceptarlo como condición del desarrollo natural de ellos. Es algo pasajero que les permite ir determinando su identidad. Pero estos pequeños conflictos cotidianos debemos gestionarlos partiendo de aquello que consideramos más adecuado para el hijo, teniendo en cuenta si sus peculiaridades le permiten enfrentarse a unas u otras experiencias. Seguramente los límites y normas serán muy diferentes para un niño responsable y comunicativo, que para un niño irresponsable y desorganizado.
Sabemos que los adolescentes utilizan un buen número de estrategias para conseguir sus metas: se comparan con otros compañeros y amigos, hacen promesas, se muestran cariñosos y complacientes, se enfadan y encaprichan. Ninguna de estas conductas puede ser determinante a la hora de tomar nuestras decisiones. Lo que debe primar es lo que nosotros consideramos adecuado y coherente, aunque ello conlleve un conflicto puntual. El establecimiento de límites consistentes ayuda a que los adolescentes sean más seguros y eficaces.
Debemos evitar que sus peticiones se conviertan en un juego entre padre y madre. Evitaremos el “ pregúntale a tu padre /madre”, cuando no tenemos claro lo más conveniente, y lo sustituiremos por “ lo hablaré con tu padre/madre, y ya te diremos algo”. Asimismo, cuando ellos dicen “mamá/papá me dejó ir a…”, antes de responderle a ellos lo hablaremos con la pareja, para dar una respuesta consistente, fuera de ambigüedades.
Saber que la hora límite para volver a casa quedará establecida la primera vez que la pongamos. Si dejamos salir a un adolescente de 16 años excepcionalmente, en época de fiestas o en el verano, hasta las 3 de la mañana, seguramente la próxima vez que salga nos lo recordará.
Los límites han de ser muy claros en cuanto a las actividades que pueden realizar. Aclarar que el alcohol y el tabaco no se pueden consumir hasta pasados los 18 años por unas claras razones relacionadas con su salud.
El papel de padres en esta edad se relaciona con el saber escuchar, el mostrar mucha coherencia, el gestionar los enfados, y el manejar unos límites claros que se modifican con la muestra de conductas responsables de los hijos.